jueves, 26 de febrero de 2009

Valoración del Panetone

Me quedo bastante satisfecho con vuestros 29 votos, pero hay cosas en esta vida que no cuadran. Ya se sabe, los griegos atribuían todo lo irracional, lo que no tiene sentido, lo que depende del azar, al Destino. El hecho fortuito era una demostración de lo divino. El concepto de absurdo es bastante moderno y los existencialistas se han obsesionado con él. Es interesante que los cinco cachondos que han votado "Porque es bueno" reflexionen sobre eso. ¿Cómo os va a gustar el Panetone de los huevos? Bueno, en vez de atribuirlo a causas divinas, deduciremos que son unos risitas.
Estos cuatro que han votado "¿Qué es el Panetone"...No saben la suerte que tienen. ¡La ignorancia hace la felicidad, amiguitos bourbonianos! La verdad sea dicha, es mejor no saber qué es esa masa fantasmal y empalagosa que come cada día el Diablo.
A los ocho del "No sé, sólo le gusta a mi primo" haced reflexionar a vuestro primo para que cambie de tendencias, por favor. Yo también tengo uno al que le gusta y es más insoportable que la levedad del Ser.
¡¡Y la gran victoriosa y triumfadora de la noche es "Es la gran duda del siglo XXI"!!! Por supuesto que sí, que ésa es la gran duda, joder. Su éxito es algo completamente sin sentido. Y es que no hay nada más que decir al respeto.

sábado, 7 de febrero de 2009

Noveno capítulo de El hombre que ríe.

¡Al fin tenemos el capítulo nueve! Ya era maldita hora. Aquí también va a suceder alguna que otra sorpresita, como ya indica el título del capítulo. Dos muertes en un mismo día no pasan cada día.

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo IX: Ojo por ojo, diente por diente.

La cabeza de Biggs se rompió en mil pedazos. Fragmentos de cerebro esparcidos por el suelo, un ojo aquí y otro allá; era un espectáculo dantesco.
-¡Un francotirador! –gritó la teniente- ¡Escondeos, rápido!
-No…No puede ser… -dijo acojonado Wedge- ¡Biggs! –y fue hacie él, pero el capitán lo detuvo.
-Idiota, te va a disparar a ti también.
-¡Déjame, capitán! ¡Joder! –gritó Wedge llorando impotente- ¡¡Mierda!!
-Esto se nos está yendo de las manos, teniente. –le dijo Filomena mientras agarraba a Wedge.

Por lo que respecta a los tres protagonistas, era el turno de llevar a cabo su plan de exterminar a los marineros rusos. Ya era de noche y se dirigieron hacia el barco. Los tres iban caminando muy motivados y de modo peliculero. El enano a la derecha, el hipopótamo a la izquierda y el protagonista en medio con una bolsa de plástico tapándole la cara. Las seis pisadas impactaban fuertemente con la madera, que no paraba de quejarse. Los rusos les estaban oyendo con impaciencia y ganas mientras un violín muy excitado tocaba una partitura rápida y violenta. La escena era tremenda.
Entonces, se desató la locura. Entre el llanto y la gloria, el enano y el hipopótamo destaparon el rostro del hombre. El violín cesó de golpe y la escena se quedó en un inmundo silencio que retumbaba en los corazones de todos. Era como si, de algún modo, el silencio fuera ruido aterrador que rugía hambriento. El cielo se puso a cantar unas pequeñas gotas de agua que chocaban vigorosamente contra la madera y el mar. Las cuatro cuerdas del violín se quebraron una tras otra; las piernas de los rusos empezaron a temblar y agudizaron el movimiento en cuestión de segundos. El capitán estaba absorto. A uno le explotó una oreja. A otro le estallaron los ojos, mezclando sangre y agua. A otro más se le reventaron las piernas y sucumbió al mar. Otro vomitó el hígado y el capitán, Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo, se disparó a sí mismo por no tener que ver a aquel hombre. A pesar de que eran ciegos, nada podían hacer con el tremebundo poder de fealdad del hombre, que todo lo transcendía. Sólo unos pocos seres como Dios (sólo el cristiano), el sol, los hipopótamos y la gente con cierto gen alterado podían soportarlo. Cualquiera podría sospechar que sería un arma útil para las guerras, pero eso sería demasiado sudado y le podrían mandar a tomar por el culo.

-¡Teniente! –gritó Filomena oculto en un punto ciego a unos metros de la teniente mientras agarraba a Wedge- ¿Qué hacemos?
-¡Estamos jodidos! –contestó- ¡Saca nuestro as!
-¿Estás segura?
-¡Sólo hazlo! ¡No tenemos alternativa!
Entonces el capitán se sacó una lámpara dorada con ornamentos asiáticos. Hizo un sorbo y la frotó suavemente.
-¡Eh, que no funciona! –gritó Filomena.
-¡Tienes que darle palmaditas, joder! –le contestó Bajirül embarazosamente.
-¿Cómo que palmaditas? ¿Dónde se ha visto convocar a un genio dándole palmaditas a una lámpara? ¡Como si fuera un culo…!
-¡Ya lo sé, idiota, ¿yo qué quieres que te diga?!
-Bueno, bueno…Vamos a ver… -dijo Filomena para sí, y le dio unas palmaditas a la lámpara como si de un culo se tratase. A causa de ello empezó a salir un humo azul que iba formando algo antropomórfico. Salió un genio calvo con unos gayumbos con dibujitos de zanahorias. La cosa no podía ser más ridícula.

-¡Olá! –dijo el genio- Vejo que estais em problemas. ¡Eu sou o génio dos gayumbos com dibujitos de zanahorias! –hablaba en un portugués horrible, como si le tradujeran en un traductor de Internet. Las palabras que no sabía, las dejaba igual- Tens três desejos. ¿Que queres que faça?
-¿Pero qué coño…? –se extrañó el capitán. ¡Teniente, este tipo habla portugués!
-¡Biggs sabía portugués…! –dijo llorando Wedge- ¡¡Biggs!!
-¡¿Es que sois imbéciles?! –gritó la teniente- ¡Incluso yo le entiendo desde aquí!
-Bueno… -dudó Filomena- vamos a intentarlo. Esto…¡Olá!
- Não faz falta que me fales português. Eu já te entendo. –dijo el genio portugués- Pede rápido os desejos, que me quero ir a duchar, que faço uma peste insuportável.
-¡Teniente! –gritó Filomena- ¡Creo que soy idiota!
-Joder… -renegó la teniente.
-Vinga, vinga, da-te pressa, que faço uma peste insuportável. –le dijo impaciente el genio.
-Esto…Sí. Bueno. Quiero que mates al francotirador ese de ahí. Se llama Smith, ¿sabes? Es muy mala gente. Va soltando tiros por ahí y…
-A mim me importa uma mierda o que ele faça. –respondió de manera borde el genio- Mato-o e marcho-me, pesado dos caralho.
Y entonces el genio se sacó un rifle de sus gayumbos de zanahorias y disparó audazmente. La cosa duró tan poco que no hubo tiempo ni para la emoción. El señor Smith, el padre del hombre que ríe, murió al acto.
-Que te dêem pelo cu, maldito pai dos ovos. –le dijo al señor Smith.
Después del disparo, los tres policías salieron de sus escondites más tranquilos.
-Este puto genio portugués es la hóstia. –dijo el capitán.
-Cállese, capitán. Dos hombres han muerto hoy. –le contestó la teniente- Podes-te marchar, génio. Obrigado. –le dijo al genio.
-¡Adeus! ¡Vou-me a duchar!
-¡Mierda, joder! –renegó Wedge- ¡La que habéis liado! ¡El tipo que habéis matado es el hermano gemelo del superintendente!
-¡¿Qué?! –exclamaron los dos a la vez.
Continuará...

O.o

Buenas, bourbonianos. Esta semana he estado realmente ocupado y todavía tengo el capítulo IX a medias. Supongo que mañana lo podré subir. ¡Disculpadme!

lunes, 2 de febrero de 2009

Octavo capítulo de El hombre que ríe

¡Muy buenas, bourbonianos! A partir de este octavo capítulo, El hombre que ríe no sigue como en la edición catalana del 2005. He preferido alargarlo y cambiarlo sustancialmente porque la cosa era demasiado homogenea, así que tendréis más primera temporada, y novedosa.
Esta vez los agentes de policía se encontrarán con una tensa y sangrienta situación. ¡Que lo disfrutéis!

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VIII: Crónica de una muerte para nada anunciada

Y el enano, el hombre y el hipopótamo no se lo pensaron dos veces y esperaron a que llegase el traficante de moniatos ilegales desde Rusia, ya que no tenían nada más que hacer. Durmieron al raso cerca del vendedor de moniatos y a causa de eso la noche tuvo un ligero toque a moniato quemado, pero generalmente se durmió bien. El hombre fue el primero en despertarse con la luz del sol. Alzó la cabeza y su repugnante faz estaba infestada de luz y no veía nada. De repente, al sol le apareció una boca y gritó:
-¡¡¡Feo!!!
El grito que emitió el hombre hizo que el enano y el hipopótamo se despertasen.
-¿Qué coño…? –renegó Ruddolff.
-¿Tan temprano y ya juegas al Chillón, hombre? –preguntó alegremente el hipopótamo con otra risa de disco rayado. Entonces Ruddolff localizó un objeto en el horizonte.
-¡Mirad! Es el barco ruso. Tengo un plan, chicos –les advirtió mientras ellos eran todo orejas- Primero de todo, taparemos por completo la cara del hombre con una cazuela y, por la noche, subiremos al barco y le sacaremos la cazuela cuando todos los tripulantes estén fuera. ¡Toda la tripulación se irá a pique y nos apoderaremos del barco!
Lo hicieron por democracia y los votos fueron dos contra uno. Mayoría absoluta. Pero el Trío Calavera no tenía ni idea de que el capitán del barco, Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo (al que sus compañeros le llamaban simplemente V.Y.R.M.P. Junior) estaba misteriosamente escuchándolos bajo tierra con una caña de bambú.
-¡Juas…! –dijo confiado Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo- ¡No tienen ni idea de qué calaña estamos hechos, porque somos ciegos! ¡Toda la tripulación! ¡Si hacen algún movimiento sospechoso, los esclavizaremos y los mandaremos a hacer butifarras toda su miserable vida! ¡¡¡Muahahahahahaha!!! –y rió tan fuertemente que se pudo oír desde fuera, pero nadie se dio cuenta.

A unos cuantos kilómetros de allí, en el bosque antes mencionado, se encontraban Bajirül y Filomena.
-No hay nada que hacer, Capitán. –dijo con desánimo la teniente- Está todo hecho un desastre.
-Ya. –respondió Filomena con una voz diferente- ¡Estos melocotones de hoy en día…! Qué bromistas, ¿eh? –añadió con una mueca ridícula.
-¿Y esa ligereza en el habla? –preguntó la teniente.
-No sé. Ya lo irás notando. Por eso me llaman Random.
-¿Random? –preguntó extrañada. Entonces sonó el móvil de Filomena con la música de Berni, el osito enamorado, cosa que provocó la indignación de la teniente.
-Buenas, jefe. Sí, ya sabes que voy cambiando de vez en cuando. Eso, eso. Entendido, de usted. ¿Si? No…No, no, qué va. Bueno, esta vez…Ya veo. Ya veo…No, si yo…Sí, claro, claro. –Bajirül se estaba impacientando, pues ya llevaban quince minutos hablando de tonterías- Sí. No, no, qué va. Esto…No sé, jefe. Podríamos ir alguna vez. Ahí, ahí. ¡Ahí le has dado, jefe! Sí, de usted, ya…Es que tengo poca memoria. Bueno. Sí. Ya veo…¿Sí? No, no, qué va.
-Capitán, -le llamó la atención la teniente, muy furiosa- ¿de qué coño están hablando tanto rato?
-Venga, mujer, no seas así. –dijo el capitán- Hacía mucho tiempo que no hablaba con Pepino. –y se puso otra vez al teléfono- Sí, jefe, sí…
-¡Es tu maldito jefe! ¡No le llames de ese modo! –y al fin, el capitán colgó.
-Hay que ver lo difícil que es trabajar con mujeres… -comentó para él Filomena, levantando ligeramente la cabeza hacia arriba.
-¿Pero cómo se puede llegar a ser tan mezquino de la noche al día? –se desesperó Bajirül.
-Vamos, mi teniente. -le comentó el capitán con voz suave y agradable- Tenemos trabajo que hacer.
-¿Eh? Sí… -y se le enrojecieron las mejillas a la teniente.

-¡Wow! –pronunció Wedge escondido en un arbusto junto con Biggs, que después de correr tanto llegaron hasta Bajirül y Filomena. –¡Qué historia de amor tan bella…!
-Se puede saber qué hacemos aquí escondidos? –preguntó Biggs.
-¿No te da morbo que esos dos estén liados, Biggs? –preguntó con cara de ansias Wedge.
-No es asunto mío y además te lo estás inventando.
-¡A ti te gusta la teniente, dominguero!
-No soy ningún dominguero. –dijo Biggs más tranquilo que Iniesta en una rueda de prensa- Y no me gusta la teniente. Vamos. –y se levantó hacia ellos.
-¡Eh, espera, Biggs! –le siguió Wedge.
-Veo que has vuelto a la normalidad, capitán –le respondió inexpresivo Biggs.
-¡Eso es, estoy mejor que nunca, y con mi teniente ladrona no hay quien me pare!
-¡¿Ladrona?! –se molestó la teniente.
-¡Eso es, teniente! –exclamó Filomena- ¡Que me has robado el corazón!
-Capitán, se está comportando de un modo inadecuado para su rango. –dijo con las mejillas un poco rojas.
-¡Venga ya, teniente! –se incorporó Wedge con ganas de fiesta, que se había olvidado del disparo en la pierna- ¡Es demasiado formal!

En ese mismo instante, el señor Smith se aposentó en un monte cercano a los cuatro policías y con un rifle de francotirador los apuntó. Tenía un rostro muy motivado, creyéndose experto en la materia. Estaba mirando con el objetivo del arma, donde se podían ver a los agentes en un tamaño enorme.
Apuntó.
Disparó.
Se oyó un ruido estremecedor…
...De una cabeza explotar, bañándolo todo de sangre.
Continuará...

sábado, 31 de enero de 2009

Séptimo capítulo de El hombre que ríe

Y un día más estamos con El hombre que ríe. Esta vez les toca el turno a Biggs y Wedge, dos de los cuatro nuevos personajes que han aparecido, que visitarán la casa de los Smith. Un capítulo bastante fundido de parodias.
EL HOMBRE QUE RÍE
Capítulo VII: Hogar, frío hogar.

-Oye, Biggs –le comentó Wedge mientras se dirigían hacia la casa de los Smith-, ¿has visto qué cara se me puso delante del superintendente? –rió- ¿La viste? ¿Eh?
-Sí, sí, la vi… -respondió con poco interés Biggs.
-¿Crees que encontraremos la casa, Biggs? –hizo una pausa- ¿Eh?
-Si no lo creyera, no estaría yendo hacia allí.
-Cierto. Cuánta razón tienes, Biggs. Eres más sabio que un día sin pan. –cogió aliento- Oye, ¿viste a la teniente Bajirül? Qué guapa se ha hecho, ¿verdad?
-Sí, muy guapa… -le respondió de igual modo Biggs, que ya estaba acostumbrado a su pesadez.
-¿Y al capitán Filomena? ¿Qué le pasa con la voz? Por cierto...Tiene un nombre bastante ridículo, ¿no? Hacía tiempo que…
-Cállate, pesado, que ya llegamos.
Y al fin Biggs y Wedge llegaron a la casa de los Smith. Era una buena casa, sin duda, con su patio de estilo inglés bien cortadito y todo lo demás. Como era de esperar, la señora Smith estaba cosiendo un jersey para su marido, que estaba encerrado en el lavabo pasando el rato. Llamaron a la puerta.
-No, gracias. –dijo la señora Smith- No aceptamos visitas de admiradores ni de parientes lejanos.
-¿Ni de viejos amigos? –respondió detrás de la puerta Wedge.
-¿Gandalf? –preguntó la señora Smith con un tono muy alegre y jovial mientras abría la puerta.
-No. –contestó Biggs mientras pisaba el suelo de la puerta para que no se cerrara- La policía. Venimos de interrogatorio.
-¡Cielo santo! –gritó la mujer- ¡¡Yo no he hecho nada malo!! ¡Ha sido mi hijo! ¡Perdónenme! ¡No…! –y acto seguido se desmayó a causa de una crisis nerviosa.
-¡Dios! ¡Biggs! ¡Qué has hecho! –gritó desesperado Wedge- ¡Dios, Biggs! ¡Nos van a llevar a la policía! ¡Ay, madre…!
-La policía somos nosotros, imbécil. –dijo Biggs.
Entonces apareció el señor Smith con un periódico que le tapaba la cara. No se exaltó demasiado al ver a su mujer tirada en el suelo. La recogió tranquilamente y la sentó en una silla. Todo eso lo hizo leyendo el periódico.
-Bueno, novatillos, -dijo el señor Smith mientras dejaba el periódico encima de la mesa- ¿Qué asuntos os traen aquí?
Los cuatro ojos de los cadetes se empequeñecieron y sus rostros se pusieron pálidos, llenos de sorpresa. Ancho bigote y espesa barba…La cara del señor Smith era idéntica a…
-¡Superintendente Pepino! –exclamaron Biggs y Wedge al unísono.
-No. Soy su hermano gemelo. Cutre, ¿verdad?
-Sí…-respondieron los dos con la cara de alguien que ve resucitar misteriosamente y de manera cutre a un personaje en una serie de anime de robots.
-Hay que ver…Estos escritores de hoy en día son patéticos. –dijo el señor Smith- Y si matan al superintendente Pepino, me meto yo en su lugar y me cambio el nombre, ¿no? ¡Venga ya, Seiji Mizushima! ¡Es de ser inútiles, ¿eh?!
-¿Pero qué dice? –le susurró Wedge a la oreja de Biggs.
-No sé, yo sólo escucho. –le respondió la oreja de Biggs.
-Tenemos que hacerle unas preguntas, señor Smith. –dijo Biggs más serio que un detective.
-Adelante, pasen.
Al fin pudieron entrar en la casa después de tantos incidentes. Biggs se tuvo que agachar para no golpearse y Wedge pudo haberse multiplicado por cuatro sin que le pasara nada. Se sentaron en la mesa.
-Ustedes dirán. –dijo el señor Smith mientras les servía una taza de té.
-Hemos venido para investigar una serie de incidentes que han tenido lugar estos últimos días. –dijo Biggs mientras Wedge estaba tocando a la señora Smith con un palo de madera para ver si despertaba- Creemos que el origen de todo se esconde aquí, en esta casa.
-¡Mierda! ¡Mierda! –se susurró a sí mismo el Origen, oculto en un armario de la casa- ¡Me van a pillar! ¡Dios! ¿Qué hago, qué hago? ¡Ay, de mí!
-¿Y eso? –preguntó el señor Smith- No ha ocurrido nada raro estos últimos días excepto el secuestro de nuestro hijo. –dijo con la calma de un mago que puede parar el tiempo.
-Así que un secuestro, ¿eh? –dijo Biggs- Ya veo. Cuéntenoslo, por favor.
Y el señor Smith les explicó paso a paso el secuestro. Incluso el Diablo hubiera llorado, pero él lo contaba como si fuera Séneca. Wedge estaba sumamente emocionado y sus golpes con el palo a la señora Smith aumentaron hasta tal punto que le reventó un ojo.
-¡¿Qué le has hecho a mi mujer, maldito estúpido?! –gritó el señor Smith- ¡Se lo voy a contar a mi hermano gemelo!
-¡Ay, Dios! Lo he hecho sin querer…Yo no…¡Lo siento mucho!
En esa situación, los dos policías no podían hacer nada más que salir corriendo, y eso hicieron. El señor Smith sacó su escopeta y disparó unos cuantos tiros hasta que se hartó. Uno de ellos impactó en el pie de Wedge.
-¡¡Siente el dolor!! –gritó Smith con una sonrisa psicópata semejante a la de Boca de Sauron.
-¡Nos va a matar, Biggs! ¡Este tipo está loco!
-¿Cómo coño quieres que esté después de que le hayas reventado un ojo a su mujer, idiota? –le respondió Biggs mientras le ayudaba a montar en su espalda.

Mientras Biggs y Wedge corrían tan lejos como podían, la teniente Bajirül y el Capitán Filomena ya habían llegado hacía tiempo al bosque con su coche patrulla.
-Parece que está todo hecho un fiasco. –dijo la teniente.
-S…S…Sí. –consiguió decir el capitán.
Continuará...

jueves, 29 de enero de 2009

Sexto capítulo de El hombre que ríe

He estado resfriado y con fiebre y no tuve demasiado tiempo para pasar el capítulo seis, pero aquí está. En teoría este debería ser el penúltimo de la temporada, pero he añadido las escenas policiales y creo que podré alargarlo algún capítulo más. No sé si mola demasiado eso de los policías... Era para hacerlo más heterogenio. Si es un fastidio, decídmelo sin dudas xD

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VI: El desgraciado vendedor de moniatos

-¡Anda, tengo un regalo! -Exclamó el enano, sorprendido.
-¡Anda, y yo! –contestó el hipopótamo.
-Anda, pues yo no tengo nada… -dijo decepcionado el hombre.
-A ver…qué será… -Ruddolff abrió el paquete con agresividad- ¡Una mierda de paraguas-espejo! ¿Pero qué coño…? Por regalar esto, mejor haberme dado el dinero.
El hipopótamo se ofendió, pero enseguida recobró fuerzas al ver el regalo hecho por Ruddolff. Era algo inexplicable, una mezcla de arena y madera unida y cortada indiscriminadamente y pegada a unas bolas de latón. Podía haberse camuflado perfectamente en el museo Georges Pompidou.
-¿Qué? ¿Te gusta? –le preguntó el enano seguro de sí mismo con una sonrisa enorme.
-¡Síííí…! –balbuceó el hipopótamo con una voz mezclada de babas y estupidez.
-¿Y yo? ¿Yo…? ¿Por qué no tengo ningún regalo? –se quejó el hombre. En ese momento todas las luces se apagaron y un foco de luz circular le iluminaba dramatizando la escena.
-Porque eres feo. –dijo el enano más tranquilo que dos tortugas copulando.
-Lo siento, hombre… -trató de disculparse el hipopótamo- es que nos hemos olvidado de ti.
Mientras Ruddolff y el hipopótamo estaban jugando con sus regalos (vete a saber cómo), el hombre estaba arrodillado en la playa llorando con el foco circular iluminándole. Le habían matado a disgustos una y otra vez y sus defensas psicológicas estaban hechas polvo. En ese instante, se estaban riendo de él a una distancia considerable. Lo habían hecho adrede, eso de los regalos mutuos, los muy cabrones.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de allí, en un cuartel de policía de mala muerte se estaba llevando un caso bastante relacionado con el Trío Calavera. En el despacho del superintendente general Pepino, un hombrezuelo con espeso bigote y una barba como una catarata, estaban él y dos tipos más, los cadetes Biggs y Wedge, el uno muy alto y el otro muy bajo.
-¡¡Es de ser inútiles, ¿eh?!! –gritó como un tractor el superintendente Pepino- Siempre hacéis lo mismo. Sois el hazmerreír del cuartel. Por vuestra culpa, nuestro ranking está por los suelos.
-Lo siento, jef… -trató de disculparse Biggs.
-Cállese, cadete Biggs, cállese…
-S… -trató de responderle otra vez en vano.
-¡Que se calle, joder! – respondió salvajemente mientras rompía su escritorio de un puñetazo. Ese acto desencadenó un extremo sudor en el cuerpo de Wedge, el tipo bajo. Su cara estaba roja como el atardecer y no podía parar de mover las piernas. Estaba realmente asustado.
-Manténgase firme, cadete Wedge. –le animó Pepino.
Entonces entraron dos personas más. Un tipo más delgado que un suspiro y una mujer rubia con un lunar debajo del ojo izquierdo.
-Parece que todo está relacionado, jefe. –dijo la mujer con voz segura- Los tres presuntos secuestradores tirados delante de la casa de los Smith, la despoblación de los animales del bosque Chin-Chin por largos años, la muerte del famoso ajedrecista en forma de lobo y voz de lobo y órganos de lobo, la desaparición del hombre del barco 00X3Z que iba todo el día borracho…-se motivó- Todo esto sigue unos parámetros lógicos, jefe. ¡¡Esto no es una coincidencia!!
-Bien, teniente Bajirül. Cálmese. –dijo el superintendente- ¿Quiere abrir una investigación? Capitán Filomena, ¿tiene algo que objetar? –refiriéndose al tipo más flaco que un insecto-palo que acompañaba a la mujer.
-Hmmmrrmmmm… -le costó pronunciar- N…N…
-¿Capitán Filomena?
-¡No! –respondió al fin el capitán después de su lucha contra el silencio a capa y espada.
-Bien, pues. –dijo el superintendente- Vamos a atrapar a ese asesino en serie. Os dividiréis en dos grupos. El equipo A, Biggs y Wedge, irán a interrogar a los Smith. El equipo B, Bajirül y Filomena, váyanse a investigar por el bosque. ¿Entendido?
-¡Sí, jefe! –respondieron todos menos el capitán Filomena.
-¿Capitán Filomena? –preguntó el superintendente.
-S…S…
-¡Eso es, venga, usted puede, capitán! –le animó Biggs.
-¡Sí! –al fin pudo decir.

Volvamos otra vez al Trío Calavera, que se fue en busca de comida, pues sus estómagos estaban sedientos. Al cabo de unos minutos se percataron de un olor. Mientras se iban aproximando, el olor incrementaba, como era de esperar. Oyeron también la voz de un tipo.
-¡Moniatos, moniatos! ¡Tres guiles el quilo! ¡Moniatoooooos! ¡Buenos y baratos, moniatos! ¡Compren, compren! –Ruddolff le observó con sorpresa. ¿Qué hacía un tipo allí vendiendo moniatos en una isla aparentemente desierta? Pero los otros dos no se preguntaron nada de eso y acudieron sin demora a la llamada del vendedor. Éste tenía un montón de moniatos quemados y podridos a cuatro pasos de la brasa.
-Buenos días, señores. ¿Cuántos serán? –preguntó el vendedor.
-Para mí…tres…-dijo vergonzoso el hombre.
-Perdone… –intervino Ruddolff- ¿Qué coño hace usted vendiendo moniatos en un lugar como este?
-¿Estás loco, estimado cliente? ¿Que no ves la faena que tengo? ¡Hasta los huesos de faena! Venga, venga, ¿cuántos queréis? ¡No dejéis escapar esta oportunidad, que están de oferta y van escasos!
Al final resultó ser que el vendedor se había vuelto loco por su fracaso matrimonial con una mujer-moniato, hija de una mujer y un moniato. Hacía moniatos y, acto seguido, los tiraba al montón. La mercancía la sacaba de un compañero suyo que traficaba con moniatos desde Rusia con amor y su familia se había dedicado en ello desde tiempos inmemoriales.
-Si queréis ir en busca de aventuras –añadió el vendedor loco- subid a su barco. Mañana, casualmente, me traerá más mercancía ilegal.
Continuará...

domingo, 25 de enero de 2009

Quinto capítulo de El hombre que ríe

¡Buenos días, bourbonianos! Esto…el capítulo de hoy de El hombre que ríe se lo dedico a Sandra, la pre-psicóloga, amiga de MrK1511. Espero que este capítulo te anime después ese golpe tan duro por la pérdida del hipopótamo (risitas, llantos y más risitas).

Antes deberíamos hacer, tal como prometí, un pequeño resumen de los cuatro capítulos anteriores. Recordemos que unos secuestradores entraron en la casa de los Smith y secuestraron a su hijo, pero nadie lo quería. Entonces le deformaron la cara y se fue al bosque, donde encontró a Ruddolff el enano. Al cabo de unos días, entró en escena una nueva figura: el Hipopótamo Feliz (el apellido es Feliz). Al cabo de otros días más, los Melocotones Asesinos acecharon el bosque y el Trío Calavera tubo que robar un barco. Durante el viaje, el hipopótamo fue tirado al mar por Ruddolff, y en estos instantes nuestros compañeros ven tierra a la vista mientras tienen detrás suyo una extraña sombra con alas. ¿Qué será, será…?

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo V: Su apellido es Feliz

En cuestión de segundos, la sombra se fue perfilando, ganando un ligero toque rosado. Los bordes de la nada figura esbelta se fueron contorneando más y más hasta evidenciar lo imposible. Cualquiera podría haber usado, sin miedo a equivocarse, la frase hecha “tener más vidas que un gato”.
-¡Pero si es…! –balbuceó el hombre, impresionado- ¡Hipopótamo! ¡Qué alegría volver a encontrarnos!
-Mierda –pensó el enano.
-¡Buenas! –dijo el renacido hipopótamo- ¡Cuando me he despertado, estaba hundido en el mar junto con una cuerda atada a una piedra de dimensiones semejantes a la de una televisión envuelta en una bolsa de basura llena de bolas de villar verdes! –dijo con una sonrisa de disco rayado- Y...Mira por dónde…¡He aprendido a volar! No sabía que podía hacerlo. Ha sido una estupenda sorpresa para mí. –volvió a sonreír con la misma estupidez.
El hombre respondió su sonrisa estúpida con una de idéntica y los dos se pusieron a reír tan lamentablemente como les permitieron sus bocas. El enano, por su parte, se giró lentamente encarando su cara contra la del hombre. Su movimiento estaba perfectamente coordinado con su juego de piernas. Se paró de golpe y, tranquilamente, citó:
-Eres muy feo, ¿eh? No me sorprende que tus padres te abandonasen a las manos de esos bandidos.
Se oyó un espejo quebrarse. Los ojos del hombre se palidecieron. Se puso blanco como una pared aburrida y empezó a temblar.
-¿Qué tienes, chico? –preguntó Ruddolff.
-Creo que se ha ofen… -trató de explicarle el hipopótamo renacido.
-Tú, cállate, coño. –dijo molesto y soez el enano- ¿Quién se creería a un hipopótamo de mierda como tú?
Y el estado de dos de nuestros tres compañeros de fatigas pasó a ser depresivo. La escena era algo parecida a un entierro de una bella jovencita a la que todos amaban.
-¡Joder…! –renegó el enano- ¿Por qué coño estáis así? ¡Estamos aquí para vivir aventuras divertidas! Alegría, joder, que la vida es bella.
Y Ruddolff, misteriosamente, consiguió levantar los ánimos de los dos idiotas. Tres minutos más tarde podríamos observarlos jugando al “Aquí te pillo, aquí te mato”, acto que duraría largas horas.
-Malditos gays… -pensó Ruddolff- la próxima vez los quemaré directamente.
Al final de ese diálogo, el Trío Calavera consiguió amarrar el barco en la isla a duras penas. Ruddolff se puso a mandar a los otros dos tripulantes, insultándolos porqué sí de vez en cuando mientras se rascaba sus pequeños testículos de enano. Como anécdota, cabe resaltar que tenía tres, y ese era el auténtico motivo por el cual le expulsaron de la Tribu de los Cañoneros, pero todo era un secreto que sólo los enanos y el periódico sabían.
-Por cierto… -comentó el hipopótamo mientras sudaba como una catarata de tanto trabajar- Mañana es día de reyes. Ya tienes nuestro regalo preparado, Ruddolff? –y rió como siempre.
-¿Yo? –contestó el enano mientras sudaba menos que un desierto de tan poco trabajar- ¿Regalo? ¿Para un jodido hipopótamo y un feucho? Los regalos os lo darán vuestras putas madres. –se paró el tiempo por un momento- Bueno, la del hombre no, que es peor que el Diablo –y se puso a reír maliciosamente como aquellos malos, malotes de las películas.
A pesar de aquella maldad desprendida por ese pequeñajo mal nacido, el feo y el tonto tendrían una buena sorpresa el día de reyes.
-Ey, vosotros. –volvió a llamarles la atención Ruddolff- Me voy un momento. Volveré en seguida.
Y se fue a buscar arena de la playa y un poco de madera de las palmeras que encontró por ahí. Con ese material consiguió construir un juguete muy extraño con inspiraciones vanguardistas. Si era un juguete o no, incluso ni los más sabios podrían ponerse de acuerdo.
Al día siguiente se despertaron y encontraron una manta con dos bultos. Se sorprendieron todos, por supuesto. El hombre sacó la manta torpemente y pudo observar una cajita envuelta meticulosamente que ponía “para Ruddolff” con tantas faltas como podían caber en esas doce letras, y otra envuelta con papel de diario sucio y podrido que decía “por el hipopótamo”. Hasta había hongos ahí.
Continuará...